Comentario
Por lo que respecta a la escultura, entre los artistas italianos, sólo Alessandro Algardi (Bolonia, 1595-Roma, 1654) disfrutó dentro del clasicismo de importancia y reputación frente a la excepcional figura de Bernini, un antagonista ciertamente insuperable, tanto que él mismo no fue insensible a la fascinación de su arte.Salido como escultor de la academia boloñesa, donde fue discípulo de Ludovico Carracci, arribó a Roma en 1625 llamado por el cardenal Ludovisi para que restaurara las estatuas de su colección de antigüedades. Esto le permitió ahondar en el conocimiento del. patrimonio clásico, adoptándolo como ideal de referencia figurativa, al tiempo que entró en contacto con Domenichino y entabló amistad con Poussin, Sacchi y Duquesnoy. Su obra recorre un camino que va desde su indefinida Magdalena, en estuco (hacia 1628), para San Silvestro al Quirinale, a medio camino entre Bernini y Duquesnoy, hasta su decidido clasicismo afirmado en su atemperada Tumba de León XI (1634-52) o en su monumental San Felipe Neri y el ángel (hacia 1640) para Santa María in Vallicella, pasando por el realismo académico de su Degollación de San Pablo (1641-47, Bolonia, San Paolo Maggiore). Con todo, en sus dotes analíticas, palpables en sus retratos, descansa buena parte de su fama. Su meticulosa visión de los detalles y su neta definición de las formas, reforzadas por su pulimentado tratamiento de la materia, se muestra en su noble y bien compuesto busto del cardenal Garzia Mellini (hacia 1630), que orna su tumba en Santa María del Popolo.El éxito le llega con Inocencio X, que lo elige como alternativa a Bernini, convirtiéndose en retratista oficial de la familia Pamphili (Doña Olimpia Maidalchini, hacia 1646) y realizando la gran estatua de Inocencio X, en bronce, para el palacio de los Conservatori (1649-50), pendant de la que Bernini había ejecutado en mármol de Urbano VIII (1635-40), en la que se inspira. Es entonces cuando recibe el encargo para San Pietro del gran relieve marmóreo con San León I deteniendo a Atila (1646-53), en el que fija el prototipo de un género escultórico llamado a tener gran fortuna entre sus seguidores e imitadores y que continuaría hasta bien entrado el siglo XVIII. En esta obra, mediante la progresiva disminución del relieve, consigue dar la sensación de profundidad e implicar emotivamente al espectador en la escena, sobre todo por ese primer plano con las figuras tratadas como verdaderas esculturas exentas que se salen del relieve. Al alejarse de Bernini y de la plástica barroca con su negativa a fundir las distintas artes, afirmaba la especificidad de la escultura, frente a la pintura sobre todo, y el valor de la materia por sí misma.Pero su obra satisfizo poco las aspiraciones y gustos romanos. El que Inocencio X acabara con el ostracismo que él mismo decretara contra Bernini, así lo prueba. A pesar de esta debilidad creativa -que el mismo Algardi intenta superar con su escrupulosa observación de los preceptos clasicistas-, la escultura del clasicismo se enriqueció con las obras de François Duquesnoy, llamado il Fiammingo (Bruselas, 1597-Livorno, 1643), formado en Flandes con su padre Jeróme. En 1618 estaba en Roma, entablando amistad con Poussin con quien compartió ideas y teorías figurativas. Trabajó para C. Dal Pozzo en la ejecución de los diseños para su colección sobre los restos de la Antigüedad clásica y colaboró con Cortona en la decoración de la villa de Castelfusano, logrando ser seleccionado por Bernini (1627) como colaborador en la decoración del Baldaquino y, más tarde, como ejecutor del colosal San Andrés (1629-40) para uno de los pilares de San Pietro. Su fama, sin embargo, le vino como restaurador de estatuas antiguas y como autor de pequeñas esculturas en marfil, madera, terracota, bronce, cera... muy apreciadas por los amantes del arte y reclamadas en gran número por el coleccionismo particular. En este sentido, fueron muy buscadas sus composiciones animadas por poéticos putti evocadores de los mitos clásicos, vivaces en sus gestos y tratados con toque claroscuristas de gran ternura -Amorcillos músicos (1642) del altar Filomarino, en Nápoles, Santi Apostoli-, en los que afirma su admiración por Tiziano.No obstante, sólo el encargo de la estatua de Santa Susana (1629-33), en Santa Maria di Loreto, le permitió expresarse con plenitud. Para el teórico del clasicismo, Bellori, esta obra es extraordinaria por la síntesis que ofrece entre naturaleza e idea de lo antiguo. Inspirada en la antigua estatua de la Urania capitolina, posee la pureza formal y delicadeza expresiva anheladas por los clasicistas romanos, lo que la hizo convertirse en la obra ideal que condensaba los valores normativos clásicos de medida y equilibrio.